Artículo escrito para el número 63 de la revista Arquitectura del Paisaje (QEJ) que publicaba Ediciones de Horticultura.
Es una reflexión acerca de la pérdida del alma de los jardines tras la impulsiva aplicación de la xerojardinería en nuestros espacios públicos. Ese tipo de jardín que más que xerojardín alguien denominó con bastante acierto cerojardín. Como siempre, todo en su justa medida es lo más virtuoso.
Lo que más me gusta es la última frase: si fuimos capaces de mostrarle a Dios lo bien que se está en el Jardín, ¿cómo podemos ser tan estúpidos de haberlo olvidado?